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La celebración del Día de Muertos, que se conmemora los días 1 y 2 de noviembre, tiene sus raíces en tradiciones medievales europeas, donde la Iglesia católica instituyó estas fechas para rendir homenaje tanto a los santos como a los fallecidos.
Las festividades de los días 1 y 2 de noviembre tuvieron su origen en la Europa medieval, fueron instituidos por la Iglesia católica — el día 1 de noviembre— para celebrar a “Todos los Santos”, es decir, a los beatos y canonizados, pero principalmente a los santos desconocidos (los millares de mártires cristianos), para que ninguno se quedara sin fiesta y así reunidos en un solo día, correspondieran a este homenaje intercediendo con mayor fuerza en la oración y en las súplicas de los creyentes, mientras que —el 2 de noviembre—, Día de los “Fieles Difuntos”, como su nombre lo indica, fue dedicado a quienes “reposan en Cristo”, pero no alcanzaron la vida beatífica (el cielo), debido a que fallecieron sin haber cumplido las penitencias que les fueron impuestas en vida o fueron insuficientemente cumplidas, así como a quienes mantuvieron apego a la vida material. Las almas de estos difuntos (de acuerdo con la escatología cristiana), se hallan en el Purgatorio, esta fecha fue concedida para que los vivos, a través de oraciones, súplicas y sufragios ayuden a estas almas a limpiar sus pecados y así logren su salvación. Las misas del 2 de noviembre tenían el carácter de indulgencia plenaria aplicable a las almas del purgatorio.
El 1 de noviembre
El día de Todos los Santos fue instituido el dia 13 de mayo por el Papa Bonifacio IV en el año 609, para honrar a los protectores de la Iglesia, pero también para contrarrestar al paganismo, ya que el Papa consagró en este día el antiguo templo del panteón romano (el Panteón de Agripa), en la Iglesia de Santa María de los Mártires (conocida como Santa María la Redonda por su planta circular). Sin embargo, esta celebración tuvo que cambiar de fecha debido a que:
“Como era muchísima la gente que todos los años acudía a Roma para celebrar esta nueva solemnidad y como en el mes de mayo resultaba sumamente difícil tener la ciudad suficientemente abastecida de la ingenta cantidad de víveres que la numerosa concurrencia de forasteros demandaba, otro papa, llamado también Gregorio, dispuso que en adelante se celebrase en las calendas de noviembre, fecha más conveniente, porque en noviembre, al estar ya recolectadas las mieses y efectuada la vendimia, Roma disponía de provisiones suficientes para abastecer a los peregrinos”. “Así que el templo que fuera hecho para todos los ídolos, agora es consagrado para todos los santos”.
El Papa Gregorio III, entre los años 731 y 741, consagró una capilla en la Basílica de San Pedro a todos los Santos para dedicarle un día a esta celebración, hacia el año 835, el Papa Gregorio IV, fijó esta fiesta el 1 de noviembre y la amplió a todos los santos del cristianismo.
A finales del mes de octubre en el hemisferio norte terminan las tareas agrícolas, por lo cual, hay abundancia de alimentos y es también tiempo de dar gracias por los bienes recibidos, por esta razón, de acuerdo con Santiago de Vorágine (citado arriba), el Papa Gregorio IV cambió el día de Todos los Santos a las calendas de noviembre, es decir, al primer día de este mes, pero lo hizo coincidir (no sin intención como lo parece) con la festividad celta del Samhain (pronunciado so-win o sah-wim y hallowen), celebrada el 31 de octubre en las comunidades célticas de Europa (Irlanda, Gales y Escocia). Desde el punto de vista cristiano, esta festividad era pagana y como sucedió con la consagración del templo del panteón romano para convertirlo en iglesia, los ritos arcaicos que se celebraban en esta fecha fueron cristianizados al instaurarse el día de Todos los Santos el 1 de noviembre.
El Samhain era una fiesta de año nuevo (se celebraba entre el equinoccio de otoño y el solsticio de invierno), marcaba el tiempo de recoger la cosecha, guardar a los animales y prepararse para el invierno; la celebración era nocturna (durante la “noche vieja”), en la que todos los fuegos se extinguían, se encendía una nueva hoguera (fuego nuevo) con huesos de animales sacrificados (bonfire), de donde se tomaba el fuego con antorchas para volver a encender los hogares. Los celtas, al igual que otras culturas de la antigüedad, creían que el año nuevo era también el día en que los difuntos regresaban para convivir con los vivos, de ahí los símbolos funerarios, la utilización de disfraces y máscaras en estas festividades; en las puertas de las casas se colocaban nabos con una vela encendida para guiar el camino de los difuntos (sustituidos por calabazas cuando esta fiesta pasó de Irlanda a Estados Unidos). Pero no solo fue entre los celtas, sino en toda Europa, la noche de la víspera de Todos los Santos, que señala la transición del otoño al invierno, era el día en que las almas de los difuntos regresaban a sus antiguos hogares para calentarse en el fuego y confortarse con la buena acogida que se les hacía en la cocina, en este día también andan sueltas todas las hadas, los duendes vagan libremente y las brujas se aparecen volando montadas en sus escobas.
El 2 de noviembre
El Día de Muertos fue instaurado ciento sesenta y tres años después, en el año de 998, por el abad del monasterio de Cluny, San Odilón, quien pidió que se celebrara al día siguiente de Todos Santos —de acuerdo con una revelación divina—, la que tuvo el sacristán de la iglesia de San Pedro, quien, en estado de éxtasis, vio un ángel que le mostraba el Purgatorio y al tiempo que esto hacía, le dijo: “cuenta al sumo pontífice todo esto que estás viendo y ruégale insistentemente que instituya en la Iglesia una jornada anual especialmente dedicada a orar por los muertos, se beneficien al menos de los sufragios que en ese día ofrezcan los vivos por los difuntos en general, y dile que señale para esta conmemoración la fecha que sigue inmediátamente a la fiesta de Todos los Santos”. Según Pedro Damián (biógrafo de San Odilón), esta celebración también se debió a que, en los alrededores de un volcán de Sicilia, se escuchaban a menudo voces y alaridos de demonios quejándose de que los vivos con sus limosnas y oraciones les arrebataban las almas de los muertos, por lo cual, Odilón dispuso celebrar anualmente en todos los monasterios de su jurisdicción la conmemoración de los fieles difuntos seguida de la fiesta de Todos los Santos. Esta práctica, según Damiano, se extendió posteriormente a la Iglesia universal.
A finales del siglo XV, los sacerdotes dominicos españoles establecieron la tradición de celebrar tres misas el 2 de noviembre, posteriormente, Benedicto XIV, entre 1740 y 1754, otorgó este privilegio a los sacerdotes de España, Portugal y América Latina, en 1915 Benedicto XV lo extendió a todos los sacerdotes.
Artículo extraído del escrito por Víctor Joel Santos Ramírez "EL ORIGEN DEL DÍA DE MUERTOS".
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