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La ciencia advierte: cada porro puede suponer una puerta de entrada a problemas psiquiátricos, deterioro cognitivo e incluso esquizofrenia, especialmente en los adolescentes.
REDACCIÓN - El consumo de marihuana entre jóvenes sigue creciendo mientras su potencia se dispara. La ciencia advierte: el cannabis actual, con concentraciones de THC mucho mayores, tiene un impacto directo en la salud mental, especialmente cuando se empieza a consumir en la adolescencia. El riesgo va desde el deterioro cognitivo hasta la esquizofrenia.

El “colocón” ya no es lo que era
El cannabis que circula hoy en día no tiene nada que ver con el que consumían los jóvenes de hace treinta o cuarenta años. Lo que antes era una planta con un 1 % o 2 % de THC —el principal componente psicoactivo— ha dado paso a variedades que alcanzan el 17 %, e incluso más. En apenas una década, la potencia se ha triplicado. Y con ella, también los riesgos.
Parte de esta transformación tiene su origen en técnicas de cultivo como la “sinsemilla”, desarrolladas hace décadas para potenciar la resina de la planta, donde se concentra el THC. Hoy, esa evolución no solo ha hecho más rentable su producción, sino también mucho más peligrosa su inhalación.
A pesar de ello, la percepción social del cannabis sigue anclada en el pasado. Muchos padres piensan que sus hijos fuman los mismos porros que ellos probaron en su juventud. Pero se equivocan. El producto ha cambiado. Y sus efectos también.
Un cerebro en desarrollo, el blanco más vulnerable
La adolescencia es un periodo clave para el desarrollo del cerebro. En esas etapas tempranas, el sistema nervioso central aún está en construcción. El THC, al actuar sobre receptores distribuidos en zonas responsables de funciones como la memoria, la motivación o el pensamiento lógico, interfiere en ese proceso.
La evidencia científica lo respalda: comenzar a consumir cannabis a edades tempranas incrementa el riesgo de sufrir trastornos psiquiátricos. Uno de los más estudiados es la esquizofrenia. Según investigaciones recientes, los consumidores jóvenes de marihuana triplican las posibilidades de desarrollar esta enfermedad.
En estudios de gran escala, como el realizado en Dinamarca con seis millones de personas, se ha estimado que hasta el 30 % de los casos de esquizofrenia en varones jóvenes podrían haberse evitado de no haber consumido cannabis.
Trastornos mentales, adicción y ansiedad: más consecuencias del abuso
El vínculo entre cannabis y salud mental no se limita a la esquizofrenia. Hay también relación directa con el aumento de la ansiedad, la depresión, el trastorno bipolar y los pensamientos suicidas. Y, aunque no todas las personas que consumen desarrollan enfermedades, el riesgo existe para todos. Nadie tiene un 0 % de probabilidad.
El contexto también influye. Situaciones de estrés, antecedentes familiares de trastornos mentales o experiencias traumáticas pueden actuar como desencadenantes. Pero incluso sin ellos, un solo porro puede tener efectos graves si la persona es especialmente vulnerable. Y lo peor es que esa vulnerabilidad no siempre es visible.
El síndrome del ‘empanao’: una realidad clínica
En las consultas de psiquiatría, el fenómeno es conocido como síndrome amotivacional. En las casas, las familias lo describen de otro modo: "Está todo el día tirado", "no reacciona", "ha perdido el interés por todo". Esta “anestesia emocional” suele aparecer tras un consumo habitual y sostenido.
Jóvenes que dejan de estudiar, que se aíslan, que pierden capacidades en pleno desarrollo. Detrás de estos casos hay, con frecuencia, una relación directa con el cannabis. Y los estudios neurológicos lo confirman: el THC actúa sobre el hipocampo, una región clave para la memoria y el aprendizaje, provocando déficits que pueden volverse irreversibles.
La pérdida de inteligencia, un daño silencioso
Uno de los efectos menos conocidos —y más preocupantes— del consumo de cannabis en la adolescencia es la pérdida de coeficiente intelectual. Investigaciones de largo recorrido han mostrado que los fumadores habituales pueden perder hasta ocho puntos de CI a lo largo de los años. Ocho puntos que no se recuperan. Oportunidades que se cierran. Puertas que no se abren.
Esta merma cognitiva, unida al daño emocional y al deterioro social, puede comprometer seriamente el proyecto vital de un joven. Y lo más alarmante es que, en muchos casos, los efectos aparecen mucho tiempo después de haber dejado de consumir.
Un legado que podría transmitirse
Algunas investigaciones van incluso más allá. Estudios recientes apuntan que el consumo de cannabis antes de la concepción puede provocar alteraciones epigenéticas en el ADN de padres y madres. Es decir, los efectos no solo se quedarían en el consumidor, sino que podrían afectar también a sus hijos y nietos.
Es una línea de investigación que aún se está desarrollando, pero que ya pone sobre la mesa una cuestión inquietante: las consecuencias del cannabis pueden extenderse más allá del individuo y del momento.
La ciencia habla, la sociedad calla
España está entre los países europeos con mayor consumo de cannabis entre jóvenes. En el último año, más de uno de cada cinco estudiantes ha fumado porros. Y esta droga estuvo presente en más de la mitad de las urgencias relacionadas con sustancias ilegales, según los últimos informes.
¿Qué está fallando? Probablemente, la información. El mensaje que reciben muchos adolescentes —y, a veces, sus familias— minimiza los riesgos. Hablan de naturalidad, de relajación, de algo "menos grave que el alcohol". Pero los datos científicos contradicen esa visión.
Conclusión: entre la ignorancia y la advertencia
No se trata de caer en alarmismos ni de señalar con el dedo. Se trata de informar, con rigor y claridad. De recordar que el cannabis de hoy es mucho más potente, y que sus efectos, lejos de ser inofensivos, pueden marcar el resto de una vida.
En lugares como Majadahonda, Pozuelo o Boadilla, donde muchos jóvenes están en pleno desarrollo personal y académico, este mensaje resulta más necesario que nunca. Hablar del tema con naturalidad, explicar los riesgos, desmontar mitos. Porque una decisión tomada a los 16 puede tener consecuencias a los 36. O más allá.
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