El cielo, que en su inmensa maravilla es la otra cara del infierno, terreno sagrado de sangre y azucenas, se alcanza con un lance heroico, el fugaz instante de una caricia, quizás un beso, la vida y la muerte en un tablero, y también con la mirada. En esta imagen magnífica Lola González quedó atrapada por ese momento de belleza que se le cruzó en un instante, solo para ella. La espada afilada de la torre de la iglesia de La Consolación, de Pozuelo de Alarcón, en el milagroso ocaso del día, desafiando orgullosa el torbellino espumoso de fuego y lava de los nubarrones. Y más arriba de ese soberbio incendio de fantasía, surge otro ensueño de cielo en su tapete de increíble añil. De Pozuelo al cielo con una simple pero atinada mirada. Sin ir más lejos. Reivindico el espejismo de intentar ser uno mismo, ese viaje hacia la nada que consiste en la certeza de encontrar en tu mirada la belleza. Cosas de Aute, uno que nos enseñó a mirar.