Por Micaela Malaussena - Cada cierto tiempo, conviene detenernos y mirar una historia que late debajo del asfalto, del bullicio cotidiano y de la frialdad de los datos. Hoy, para los lectores de Pozuelo IN, esa historia se encuentra en el corazón de Madrid — pero también en nuestra propia región metropolitana. Hablamos de la Virgen de la Almudena, venerada patrona de la villa de Madrid y de su archidiócesis, cuya tradición e historia se entrelazan con la identidad de esta ciudad y sus alrededores.

Orígenes legendarios y devoción antigua

Según la tradición, la advocación a la Virgen de la Almudena remonta incluso a la época apostólica: se dice que el apóstol Santiago el Mayor viajó de Jerusalén a la Península y trajo la imagen que más tarde se conocería como la Almudena, depositándola en la iglesia primitiva de Santa María en Madrid. 

Estos relatos recogen que la talla fue ejecutada por San Nicodemo y policromada por San Lucas mientras la Virgen aún vivía. 

Puede que estos orígenes sean más mito que certeza histórica, pero el poder de la leyenda radica precisamente en lo que nos dice sobre una comunidad que se reconoce a sí misma en una imagen y la historia que la envuelve.

Ocultación y hallazgo: un símbolo entre la muralla

La historia continúa con el episodio de la conquista musulmana de Madrid (711-714) — otra crónica cargada de dramatismo, fe y esperanza. En esa época, se cuenta que la imagen fue oculta por los cristianos en un “cubo” de la muralla, para evitar su profanación. 

Durante 373 años permaneció escondida hasta que, tras la reconquista de la ciudad por el rey Alfonso VI de León y Castilla en 1083, se organizó una procesión para encontrarla. Según la tradición, el muro se abrió milagrosamente, las velas siguieron encendidas… y la imagen se reveló ante el pueblo. 

Ese momento ha quedado en la memoria colectiva como símbolo de liberación, de esperanza y de continuidad: una imagen que resiste al olvido, al paso del tiempo y a las adversidades.

Sedes, traslados y supervivencia

Desde entonces, la Virgen de la Almudena ha tenido varias sedes: la iglesia de Santa María, la iglesia del Santísimo Sacramento de las Madres Bernardas, hasta llegar el 10 de junio de 1993 a su casa definitiva, la Catedral de Santa María la Real de la Almudena. 

Durante la guerra civil española, milagrosamente, la talla salió indemne de la Cripta donde había sido depositada. 

Este recorrido físico — la imagen cambia de lugar, se traslada, se protege — refleja también un desplazamiento simbólico: la ciudad cambia, pero ella permanece. Y en ese “estar”, reside su fuerza para Madrid y para quienes la veneran desde fuera del centro.

¿Qué significa para nosotros, en Pozuelo, Majadahonda o Boadilla?

Para quienes vivimos en Pozuelo de Alarcón y alrededores, la figura de la Almudena no es solo parte de la historia de Madrid, sino de nuestro entorno inmediato. Su leyenda nos habla de raíces profundas, de identidades compartidas y de símbolos que conectan barrios y ciudades.

Cuando pensamos en devoción, quizá imaginamos rituales antiguos, incienso, cantos solemnes. Pero en su esencia, lo que propone esta advocación es algo más simple y humano: un refugio simbólico, una presencia estable en medio del cambio. Y quizá eso resuena también aquí en Pozuelo: en nuestra vida residencial, en los momentos en los que pensamos en comunidad, en pertenencia, en continuidad.

Vivir la tradición sin perder el siglo XXI

Hoy, 9 de noviembre, la festividad de la Almudena es un buen momento para mirar más allá del marketing turístico o de la solemnidad ritual. Es para preguntarnos: ¿qué símbolos nos sostienen? ¿qué imágenes han sobrevivido al paso del tiempo porque las seguimos recordando — aunque sea en un leve susurro?

La historia de la Virgen oculta tras la muralla, hallada en procesión, trasladada, conservada, es también una historia de resistencia. De que algo valioso no se pierda. Y para nosotros, en esta zona metropolitana, ese mensaje puede ser también comunitario: lo que compartimos, lo que mantenemos vivo, lo que ocasionalmente volvemos a mirar, forma parte de nuestro tejido común.

Podríamos cerrar diciendo que la Virgen de la Almudena es un faro — pero quizá no. Es más bien una llama discreta, persistente, que aguanta. Que permanece cuando el ruido baja. Que recuerda lo que fuimos y nos invita a mirar lo que somos.

Por eso, hoy, alzamos la mirada hacia Madrid, hacia su símbolo venerado, pero también hacia nuestra propia comunidad en Pozuelo. Porque esos gestos antiguos de fe y pertenencia no pertenecen solo al pasado. Siguen vivos. Y nos tocan. En lo cotidiano, en la rutina urbana, en la pausa interior.

Que este 9 de noviembre sea no solo celebración para otros, sino un momento para nosotros: para sentir que, en medio del tránsito de coches, en las calles residenciales, en los atajos del tiempo libre, también hay espacios de recogimiento, de historia compartida, de presencia. Y que ahí estamos — comunitaria, cercana, viva.