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Por Ricardo Rubio
Son las ocho de la mañana de un 15 de Mayo de 2020. San Isidro no madruga hoy. La pradera está vacía. Los puestos de rosquillas y churros no están. El bufido del gentío no está. No hay chotis. Ni Gatos que sujeten la fiesta a golpe de fotografías y chotis bien apretados. Nadie dirá Pichi es el chulo que castiga. Y nadie venderá agua bendita de la fuente del santo. San Isidro será un día más de esta pandemia singular y única. También vulgar e inhóspita que nos deja secos de abrazos, besos y rosquillas tontas y listas.
Apenas tres horas de sueño. Últimamente paso las noches sentado en la cama. Y así he amanecido, a medio gas, teniendo que decidir si Ayuso y su sequito en San Isidro o repatriados en Barajas T4. Una de las decisiones mas fáciles de esta cuarentena.
Barajas esta a medio gas. A las 8:50 llega el primer vuelo del día con repatriados procedente de Dallas. Controles de Sanidad para tomar temperaturas a su llegada. Cada pasajero ha iniciado un protocolo desde el momento que ha pisado la nave. A su paso por aduanas confirman sus datos y les indican que están en cuarentena. El frio se mezcla con el aire suave de la terminal. Incluso aquí dentro ha cambiado el clima. Ese aire denso de los vestíbulos. Ese bullicio interminable en las salas de llegadas. Y ahora apenas el ruido de un par de maletas en busca del panel de información buscando un destino común: la familia.
Hay mucha gente esperando repatriación desde hace más de 50 días. Hace apenas tres dias Marta desde Colombia lanzaba un S.O.S. por la redes. Más de 700 personas aguardaban en Bogotá su repatriación sin respuesta ni de la autoridades locales, ni españolas, ni tenían cabida en ningún vuelo humanitario. En fin, que el virus les rodea y no veian la salida. Los vuelos de esta mañana si habían conseguido su objetivo y ya estaban en casa.
Las maletas ruedan por los pasillos en cuarentena. De vuelta a casa su vida será muchos más tranquila. Muchos viajeros pasan al lado de un hombre tirado en el suelo. Esta tapado totalmente. Enfoco al paso de los indiferentes viajeros. Hay gente que no tiene a donde volver. No hay casa para ellos.
Un hombre pregunta: ¿perdón esta muerto?
Pasan unos segundos. Le recorro entero de arriba abajo en silencio. Se da la vuelta y enfila la terminal mientras le grito: ¿y eso que importa ya?
La vida. La muerte. Un espejo obsceno en el que mirarnos en estos días en los que todos nos salvamos y todos nos condenamos.
He visto pasar la vida a mi lado y me han dado ganas de vivirla. Aunque al final todo vuelva a ser una dulce condena que diría el maestro Carlos Santana y después mucho otros.
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