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Mesa para dos. Hotel para dos. Cena para dos. Miro en el espejo y solo veo a uno y el vacío espacio que queda tras estos meses. Texto e imágenes Ricardo Rubio
Vida para dos. Copas para dos. Luces para dos. Miro por esa vieja ventana y faltan tantos de aquellos días.
Historias de dos. Asuntos de dos. Rupturas de dos. Me acerco a la calle y no queda casi nada de aquellos días. Y tanto de estos.
Había que estar. Ese era el objetivo de este 2020. Sobrevivir. Seguir aquí.
Atrás quedan los días de un alarmante estado y una atroz pandemia. Atrás las voces que nos gritaban como si cruzáramos en rojo. Atrás porque la rutina todo lo puede y ya somos parte de ella. Y ella de nosotros. Atrás es anoche, ayer, a mediodía. Atrás es luz y también niebla y sombras.
Puede que el siglo pasado nos dejará guerras mundiales desgarradoras. Puede que el mundo se estuviera desmoronando mientras hacíamos cola en los supermercados. Puede que las bombas nunca hayan dejado de lanzarse mientras acudíamos a un concierto de Pearl Jam un verano cualquiera. El mundo es así. Y así nos ha educado. Vamos siempre de la mano con nosotros mismos, y solo escuchamos las bombas si estas caen en la puerta de nuestras casas, si caen encima de los nuestros. Entonces todo se convierte en atroz, en drama, en ruina y desolación. Pero mañana cuando la vacuna nos inunde el mundo seguirá siendo igual de injusto que ayer. Y seguiremos mirando hacia otro lado.
Este año nos dejó dudas y carreras a ninguna parte. Balcones llenos de vida y calles llenas de sombras. Asfixia, carreteras vacías, muertos, amores vencidos y rumores que resultaron ser ansiolíticos. Recuerdo pasear con los cascos puestos por las calles de un Madrid vacío, de un mundo en retirada. Recuerdo cada canción, cada concierto olvidado, perdido, vencido. Recuerdo que cada noche roto por las secuelas del día, me acurrucaba entre acordes, versos, canciones y palabras. Hacia frio, llovía y la vida no se detenía, no nos daba tregua. Era como ir en un coche desbocado al que apenas puedes controlar. Pasas rozando las aceras, los edificios, las personas a una velocidad en la que por momentos te dejas llevar. Hubo días en los que pensé que terminaría al otro lado, días de sofocos y abatimiento en los que el único consuelo era que todo fluyera hasta donde la vida quisiera depositarte.
Luego los balcones, las terrazas, la gente sonriendo de calle a calle. Luego las familias sorteando la ansiedad de no tenerse entre si. Luego nuestros mayores con el coraje de otros tiempos y la esperanza desparramándose por cada rincón de nuestros corazones.
No me extraña nada que el amor se haya roto, dividido, esparcido. No me extraña nada que tu sonrisa de repente se me aparezca una y otra vez entre las fotos del año.
No me extraña nada que brindáramos como si no hubiera un mañana por el nuevo año. No me extraña nada porque nadie sabe si la vida viene o va. Y nada tiene que ver con la pandemia. Sino con nosotros. Contigo y conmigo. Y contigo, y contigo, y contigo y con este 2021 en el que tanto creemos. Y que yo me atrevo también a querer.
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