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Por Jesús Castells
Fotografía: Nines Mínguez
Vamos en avión a Silicon Valley -California-, a la que se considera la cuna mundial de startups y empresas tecnológicas, al otro lado del charco. Y realmente no lo sería sin la gran aportación realizada por los emprendedores españoles y portugueses hace ya cinco siglos.
Escucho a algunos de mis compañeros de viaje quejarse de la incomodidad del asiento, de lo largo que es el viaje, del rollo que es hacer escala, de la comida de “avión” o incluso de la falta de una buena conexión WiFi… y ¡se me caen los pelos del sombrajo!
¿Os imagináis a Fernando de Magallanes hace 500 años quejándose de alguna de estas cosas? ¿Qué nos queda de su espíritu emprendedor?
La estructura del emprendimiento ha variado poco en todo este tiempo, pero quizá estamos perdiendo su esencia al no compararnos con alguna de aquellas hazañas. Magallanes tuvo un sueño, ir a por las especias de las Islas Molucas utilizando otra ruta distinta a la ya conocida, una nueva ruta nunca antes transitada. Le guiaba claramente un móvil económico, pero también le movía la idea de trascender en la Historia como uno de los grandes descubridores, ser protagonista de alguna de todas aquellas historias que de pequeño escuchaba en la corte lusitana.
Se formó durante toda su vida para poder acometer el proyecto, con trabajo, esfuerzo, foco, sudor y lágrimas. Decepcionado porque sus propios paisanos no creyeron en él, una tónica habitual aún en nuestros días. Buscó una alternativa en la corte de Castilla, el país rival en el dominio del Mundo. Portugal podría haber sido el único dueño de todas las rutas comerciales de las especias, pero dejó escapar esa supremacía y hegemonía que hoy en día el Tribunal de libre competencia no le hubiera permitido.
Salió un 10 de Agosto de 1519 desde Sevilla a Sanlúcar de Barrameda con cinco barcos que desde allí se hicieron a la mar el 20 de Septiembre, emprendiendo rumbo a lo desconocido, enfrentándose al temido Mar Tenebroso. Consiguió finalmente salir adelante, cansado de explicar su proyecto, de convencer a unos y otros de la necesidad de financiación, hastiado de los intentos para que claudicara o reconsiderase su decisión de acometer la gesta bajo la tutela del rey D. Carlos I, harto de amenazas, boicots, de reparar naves viejas, de supervisar personalmente la estiba de cada uno de los barcos, de reclutar marinos que por fin comerían caliente, de justificar lo que no era posible justificar, consiguió partir sin perder un ápice de ilusión.
Me imagino a Fernando, justo en el momento que perdió de vista la costa y entró en alta mar. Sus cinco Naos orgullosas, las velas desplegadas, 265 marinos, comandantes y algún que otro traidor a bordo. Veo la satisfacción en su cara, veo sus ojos brillar, noto la pasión con la que surcaba las olas y pienso que ese posiblemente fue uno de los momentos más felices de su vida, no exento de temor.
Hasta ahora, todo lo que os cuento os resulta familiar porque hoy en día, la forma en la que emprendemos sigue siendo muy parecida para cualquier proyecto.
Nos mueve la ilusión, un emprendedor no duda en seguir sus instintos a pesar de que nadie crea en su proyecto. Todo eso no ha cambiado nada, sólo se ha modernizado o dulcificado ligeramente.
El camino no fue fácil hasta el paso de Solís, los 200 kilómetros de desembocadura del río Plata les confundieron con el paso hacia las Molucas y aquí tuvo que admitir que se había equivocado, aunque este había sido un camino de rosas comparado con lo que estaba por venir. A partir de aquí tocó improvisar, que es muchas veces lo mismo que tratamos de hacer con estos modelos Agile. Prueba y error. No tenemos ni pajolera idea de hacia dónde vamos, pero seguimos navegando porque en algún momento pensamos que encontraremos el dorado, o no. Aquí ya empieza a ser cuestión de fe mezclado con cabezonería, aspecto que a veces enaltece y otras ahorca al emprendedor.
Vagaron rumbo sur bordeando la costa americana sin saber muy bien dónde estaba el paso, si es que existía alguno. Cada vez más frío, menos comida y más desmoralizados. Siguiendo un líder parco en palabras y con cara de póker. Tocó parar y esperar a que pasara el invierno. Tocó reducir un motín y castigar ejemplarmente a los insurrectos, entre ellos a Juan de Mendoza, el delfín del Obispo y del Rey. Una nave de traidores se volvió sin decir nada. Otra se destrozó contra las rocas… Sólo uno de estos contratiempos bastaría para dar marcha atrás a cualquiera. A cualquiera menos a un emprendedor persiguiendo sus sueños. Las leyes de los emprendedores son distintas de las leyes humanas.
Vuelve a acontecer lo mismo que ya habéis escuchado cientos de veces. Cuando el emprendedor está a punto de tirar la toalla, cuando hasta su cabezonería se cuestiona si tiene que seguir insistiendo, sigue por inercia. Seguro que pensó en claudicar a sólo dos días de encontrar el paso que llevaría su nombre para toda la eternidad. Pero la insistencia es clave, y siguió. Y lo encontró. El estrecho de Magallanes es su contribución a la historia de la humanidad. Y ese sería otro de los pocos días felices que le quedaban por vivir. Y estoy seguro de que no durmió, que pasaron por su cabeza victoriosas, como en diapositivas, imágenes de cada integrante de su familia y todos y cada uno de los que creyeron en su proyecto y confiaron en él. El dulce sabor del éxito.
Y siguieron navegando por donde nunca nadie había surcado aquellas aguas. Y ahí, diezmados, sin víveres, descubrieron que todavía podía ser peor. Comieron ratas y chuparon cuero para sobrevivir. Imaginad lo que hubieran dado por una sola de esas comidas de “avión” despreciadas hoy.
Y llegó donde quería llegar pero a costa de todo. Incluso de su propia vida. Una tónica muy habitual de este tipo de perfiles, sacrificando todo por conseguir lo que se habían propuesto. Este es el verdadero significado de dar tu vida por un proyecto. Hasta lo más preciado está en juego cuando un emprendedor de verdad decide ir adelante con pasión.
Nuestras madres nos decían “¿sabes que hay niños que no tienen qué comer?” para convencernos de que no dejáramos nada en el plato. Pues igual para el resto, ¿sabéis que para que hoy podáis disfrutar de vuestros derechos, de volar, de la comida, de emprender, hubo personas que dieron su vida por ello? Gracias a Magallanes y sus hombres se consiguió dar la vuelta al mundo, la mayor epopeya de la humanidad. Creo que es bueno conocer y ver más el Canal Historia para inspirarnos, para valorar lo que tenemos y agradecer lo que otros valientes de verdad han hecho por nosotros. Cada avance de la humanidad es un paso más hacia la inmortalidad.
Jesús Castells es el autor del libro “Emprender a hostias” de venta exclusiva en Amazon.
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