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Por Ricardo Rubio
Cuando era pequeño soñaba con la feria. Bajar por la carretera hasta la rambla. Y ver todas aquellas quincallas que llegaban hasta la plaza. La calle olía a pinchos morunos. Los pollos dando vueltas en la maquina de asar. El sonido seco de los perdigones chocando contra las chapas metálicas de los puestos. Y casi llegando a la plaza, un olor a arena seca y toros.
Valverde del Júcar era mi sitio, ese lugar donde las noches fueron eternas y los días pasaron entre el pantano, el huerto de la bermeja y la nave de mi tío Julián. Recuerdo algunas mañanas que hacíamos instrumentos con maderas y cantábamos canciones con mis primos. En aquella época yo les consideraba mucho mas que eso.
Mi primo Javi fue ese hermano de veranos interminables. Con el pasé una infancia muy feliz. Ángel, Rosi, Quinito eran iconos inalcanzables para mi en aquella época. La edad les iba haciendo quemar etapas por delante de nosotros y eso les hacia a mis ojos, vivir en un Olimpo. Algunos días subíamos Javi y yo al campo de futbol a ver jugar a Luis. Mi ídolo de juventud. Buen jugador de todo, algo rebelde, algo inquieto. Si lo sumabas todo era adorable en todas sus variantes. Mi padre le adoraba. Y ahora ambos caminan juntos estoy seguro. Mari Nieves siempre será la pequeña.
Una infancia vivida a pleno rendimiento.
Las ferias son una parte importante de nuestra vida. Lo que pasa en la feria se queda en la feria que diría algún ilustre futbolista de nuestra época más reciente. Probablemente diéramos el primer beso en una feria. En una feria hemos dado la primera calada a lo que sea y hemos bebido nuestras primeras copas. En una feria nos hemos hecho mayores sin serlo. Andábamos a un metro del suelo y crecíamos a un ritmo vertiginoso. Si la vida pasa rápido, aquello fueron suspiros.
Hoy he visto a Fernando, Juan, Julián y Merche. De profesión feriantes. Sus camiones estaban aparcados dentro una nave en un polígono industrial a las afueras de Madrid. En sus caras la preocupación de una inversión parada. Y de un futuro confuso.
En un patio al fondo de la nave, amontonadas, viven las atracciones. Allí duermen los coches de choque apilados en filas de cuatro al lado de su pista. Hoy no chocan. Una fina lluvia moja parte del tren de la bruja. Todo me parece un sueño. ¿Quién no cierra por un momento los ojos para dejar que esos sonidos vuelvan intactos a tu cabeza?
A el tren de la bruja le he visto sufrir de melancolía, se ha quedado solo. He buscado en la trastienda la escoba y ese suspiro de pánico que me devolviera a la infancia. Un chillido en la noria al frenar en el cielo o el sonido de un globo explotando por el suelo embarrado de la calle principal. Nuestros refugios, nuestros besos, nuestras copas y nuestra música intactas en tantos recuerdos. Y ahora este virus que también nos arrebata este pedazo de cielo. Los feriantes no podrán volver a trabajar hasta la primavera del 2021.
Quedan muchas noches de luces de colores, olor a palomitas y algodón dulce. Las escopetas volverán a romper los palillos de los chicles y la muñeca más grande de la feria volverá a ser nuestra. Cada uno tiene guardado un trocito de esas ferias en su corazón. Un día volveremos a suspirar de nuevo al recordar a María y sus amigas bajando a la plaza. O a Mario y los suyos haciendo el cabra en medio del baile y todos, absolutamente todos, hasta los que no bailamos casi nunca, nos arrancaremos unos pasos cuando Mark Knopfler toque los primeros acordes de sus Sultans of Swing.
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