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Mi cámara se ha convertido en parte de mi. Siempre me acompaña. Cada día encierra cientos de imágenes y a cualquier hora deseo más que nada abrir esa caja negra. En ese momento el mundo se para, se agita, se diluye y explota.
La sala de espera del Gregorio Marañon es ahora un hospital de campaña. Los sillones de las habitaciones son camillas improvisadas. 200 personas esperan agotadas un diagnostico, una cama, unas pruebas, un resultado. Lo más importante tapar la realidad con sabanas. Los hospitales nos cierran las puertas y asi no podamos defender con imágenes lo que vemos...
Desesperación en los ojos de muchos residentes. Agotamiento en muchos sanitarios que doblan turnos y aún así no llegan. Batas de plástico para luchar contra un virus invisible. Las residencias se apresuran a sacarnos hasta la calle para que no mostremos lo que ocurre en ellas.
Los famosos primeros test de Covid19 en Madrid, fueron cubiertos por fotógrafos subidos en un montículo de arena a 500 metros de distancia. Al día siguiente el montículo fue tomado por la policía y se acabaron las fotos.
Hasta los sin techo nos amenazan si se cruzan por delante de nuestro objetivo.
No son tiempos de paz para nadie. No son tiempos fáciles para nadie. Los ánimos de todos están rotos en muchos casos.
El miedo se filtra por las mascarillas. Todos lo tenemos. Todos nos buscamos, nos vigilamos, nos observamos. La distancia, las mascarillas, los roces.
Voy corriendo a una residencia en medio del campo. Hace viento. Todo se mueve. Los vehículos de la UME ocupan el parking. Un pequeño camino me lleva hasta la puerta. No veo nombre del edificio por ningún lado. Mientras espero a la persona al mando observo por una ventana a una mujer fregando los cacharros, probablemente de algún desayuno. Me mira e intuyo una sonrisa. Le pido permiso y asiente con la cabeza. Y todo se queda quieto, inmóvil pero lleno de vida. Disparo en silencio en dirección a su esperanza.
La vida es eso, un intercambio de miradas en la mañana. Un cruce de ojos que se descubren en una madrugada que quizás durará toda la vida.
Recordaré siempre esa mirada. A mi las miradas me han hecho llorar mucho estos días. Pero también me han llenado a lo largo de mi vida. Una mirada siempre te puede cambiar la vida.
Este virus es soledad. Un intruso que nos aleja de los nuestros, nos aísla y reduce a lo mínimo. Es una traición a la vida. Es el peor de los sueños en los que podíamos caer.
Is there anybody out there? suena camino a casa. Me aprendí ese punteo cuando tenia veintitantos años. Apenas un minuto y medio de sensaciones en una melodía triste pero renovadora. Un purgatorio en el que sobrevivir para volver mas fuertes. Una redención. Un lavado de emociones vistas desde un lugar elevado. Noches en las que descansar abrazado a tu memoria.
Sí. Hay esperanza. Haremos trueque con nuestros sentimientos. No seremos los mismos. Pero seremos. A mi esto hoy me parece mucho.
Si la tentación viene a soñar contigo, ábrele la puerta. Deja que la brisa te lleve hasta el Valhalla. Respíra entonces en ese rincón del cielo. Olvida por un instante que todo se acaba. Sueña ya, que todo vuelve a empezar.
Sigamos.
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