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Por Ricardo Rubio
"Las únicas personas para mí son las locas, las que están locas por vivir, locas por hablar, locas por ser salvadas, deseosas de todo al mismo tiempo, las que nunca bostezan o dicen algo común." Jack Kerouac. On the road
Siempre hay un momento preciso. Un encantador instante desde donde nos asomamos a la vida: siempre hay un decálogo para todo, o una sinfonía que nos completa a todos por igual. Y luego están los que no consiguen combinar el foulard con la sudadera. Los que no saben si el rojo pega con el negro o que significa un anillo y en que dedo. En ese grupo me encuentro. No hay duda.
No puedo apartar mi ojos de ti, decía Damien Rice. No quiero dejar de pensar en las calles, en las constantes vitales que se apagan. No puedo olvidar las avenidas con la sangre inmóvil, detenida, a punto de colapsar el corazón Madrid.
Bonita paradoja. El vacío colapsa la ciudad. La ausencia sobrecoge y atormenta los decibelios de unos habitantes de Madrid ahogados por los muros recios de los edificios. No hay apenas sonidos que distraigan a la ciudad. La mas leve conversación se escucha en todo el vecindario. El sonido de la olla exprés, la batidora, los cacharros en el fregadero o la lavadora. Todos esos sonidos que tarde o temprano el trafico, el griterío, los bares y la música de las discotecas apagaran de golpe y dejaran de existir en eso que llamamos normalidad.
Tampoco se escucharán los aplausos. Ni los saludos entre balcones. No comentaremos la ultima serie de Netflix con nuestra ventana de al lado. Ni nos preocuparemos si no vemos a Angustias asomada al balcón. Estará con sus cosas. Sus nietos vienieron ayer a verla.
No sacaran las fregonas a bailar a las 8 de la tarde para limpiar el virus. Nadie nos dará las gracias y nos dedicará un aplauso sonoro: ¡¡¡esa prensa que se la juega por todos!!! ¡que no os quiten esa cámara!.
No volveré a casa con esta ansiedad acumulada. Tampoco lo haré con esta satisfacción desperdigada por el coche. Ni con el orgullo atrapado dentro de mi cámara.
La calle, esa maestra que tanto me enseña cada día.
Volveré mañana porque este veneno ya no me deja descansar. Esta adrenalina me obliga una y otra vez a bajar a la trinchera y escuchar de cerca las balas. Unas que no matan pero tocan y descosen lo que encuentran a su paso. Heridas que tardaran en cicatrizar en la mente de muchos.
Ahora hay que seguir. Ya habrá tiempo de pensar mañana.
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