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MAYO 2018  /  COMENTARIOS

Fuera de cámara: Soledad Arroyo

08-05-2018 7:48 p.m.

Un mundo raro
@SoledadArroyoTV

Un niño de 8 años llora desconsolado. Le acaban de amenazar con llevarle al médico, que le va a pinchar en el culo. Y él tiene pánico a los pinchazos. La treta no sería llamativa si no fuera porque el niño sufre un Trastorno del Espectro Autista (TEA) que le impide discernir qué es una amenaza real. Tampoco puede entender las risas de los adultos, las caras de enfado, el malestar de los otros o los gestos de ternura. Se llama Eduardo y cada día intenta entender desde la complicación que el autismo le añade, un mundo que ni siquiera quienes no tenemos problemas neurocognitivos podemos entender con frecuencia.

En noviembre pasado sus padres comenzaron a sospechar que al niño le pasaba algo fuera de lo habitual. Sus arranques de agresividad se multiplicaron, también creció su impulsividad y repetía frases desconocidas y alarmantes para la familia: "no me saques fuera, no me bloquees, no me pinches". Además de algunos otros cambios en su comportamiento, por las mañanas se negaba a ir al colegio y no sabían a qué obedecía su actitud.

Hay que tener en cuenta que Eduardo no habla como los otros niños. Habla. Que ya es mucho. A diferencia de otros niños con TEA, él sí puede comunicarse con bastante facilidad gracias a las palabras. Se les denomina como verbales. Muchos de sus compañeros no pueden hablar, y a veces, los que pueden, sufren bloqueos que les impiden hacerlo con normalidad. 

Montse, su madre, decide que tiene que hacer algo. Quiere saber si el cole en el que su hijo ha recalado después de otros 6 colegios anteriores, es el adecuado o si, como sospecha, Eduardo tampoco encaja, si tiene problemas con otros niños, con algún adulto o sencillamente la razón por la que no se adapta. Y decide ponerle una grabadora oculta bajo su ropa.

Y Eduardo va al cole con su grabadora escondida. Cuando Montse empezó a escuchar las grabaciones no daba crédito. “Te derrumbas –cuenta-, no te puedes imaginar que tu hijo esté sufriendo estas situaciones.” Un trago demasiado duro para cualquiera. Pero si cabe aún más difícil de digerir cuando el que sufre es un niño que no lo puede contar y que sufre vejaciones de quienes deberían ocuparse de cuidarle y ayudarle a entender el mundo.
Cuatro días seguidos el niño va al cole con su grabadora. Y el cuarto día, alguien se percató de la argucia. De inmediato la dirección del centro se puso en contacto con la familia que negó la acusación de estar grabando. Mintieron asegurando que el artilugio era en realidad un GPS para saber en todo momento dónde está el niño.
Pero Eduardo no volvió a ir al cole. Al menos tres trabajadoras del centro intervenían de forma vejatoria en aquellas grabaciones. No podían permitir que su hijo siguiera sufriendo de ese modo.

Los audios que ha hecho públicos la cadena SER son escalofriantes. Retratan un centro supuestamente educativo en el que se grita y humilla al niño, se le asusta, se le amenaza y se le coacciona. Hay risas y se oyen golpes. Esas son las grabaciones a las que los medios de comunicación hemos tenido acceso. Media docena de extractos en distintas situaciones. Se oye al niño y a varios trabajadores del centro. Y parece obvio que Eduardo sufre.
La familia, que sostiene esta versión de los hechos, no se limitó a elevar una queja a la Consejería de Educación, de la que depende el centro de Educación Especial Santiago Ramón y Cajal. Además no les tembló la mano cuando acudieron al Juzgado de Primera Instancia de Getafe para denunciar los hechos. Y eso a pesar de que ahora la justicia en España no es gratuita. Aportaron las grabaciones de cuatro jornadas escolares. La justicia no sólo admitió a trámite su denuncia. Se abrió una investigación por la que han sido llamados a declarar en calidad de investigados tres miembros del staff educativo del centro: la tutora, una profesora de apoyo y una auxiliar.

A ellas se les escucha claramente dirigirse al niño con cierto desprecio. Como cuando le amenazan con echarle agua por encima, algo que al niño, le aterroriza. Eduardo grita entonces “me da miedo, no me asustes”. Después de unas risas de la mujer, el niño vuelve a rogar espantado: “no te rías, no me asustes, voy a estar bien”.

Su interpretación del mundo no es igual que la del resto, pero como cualquier otro niño pedía clemencia a su cuidadora prometiendo un buen comportamiento.

Cuando esas grabaciones, que se tomaron a finales de 2017, saltaron a la opinión pública, otras familias vieron el camino abierto para hacer públicos sus temores, aunque no tenían pruebas. Sólo sospechas. Niños que habían cambiado de actitud, que no querían ir al cole o que se golpeaban insistentemente. También padres que contaban que en más de 6 ocasiones habían ido a recoger a su hijo y que habían descubierto con horror que el niño estaba encerrado bajo llave en un cuarto blanco.

¿Algún niño sin problemas neurológicos, puede tranquilizarse si le encierran solo en una habitación?, ¿puede alguien, incluso un adulto, calmarse si es encerrado? Incluso en el caso de que no se tengan fobias, de que se soporte bien la soledad, incluso si somos estables emocionalmente, el aislamiento, si no es comprendido, si se percibe como un castigo, tendría un efecto perverso en cualquiera de nosotros. También para niños con TEA.

La madre que denunciaba que su hijo había sido reiteradamente encerrado en ese cuarto blanco, llegó a contar que en una ocasión el niño defecó dentro y que cuando fue a recogerle estaba sucio. ¿Nadie vio al niño?, ¿nadie le vigilaba?, ¿cuál es el protocolo que se debe seguir en caso de que un alumno entre en crisis y sea necesario calmarle?

Preguntas sin respuesta. Aunque podríamos encontrar respuesta en los audios grabados por Eduardo. En un momento de esas grabaciones se escucha una voz de mujer con bastante autoridad decirle: “Estás revolucionando a los demás, sal para afuera. Que le aguante su tía ahí…”. Resulta incluso indecente. Es evidente que quien dice eso no quiere estar donde está o no está haciendo lo que quiere.

Tenemos tendencia a pensar que quienes se ocupan de los más desvalidos, lo hacen generalmente por vocación. Cooperantes que buscan un mundo mejor, auxiliares de geriatría que admiran y tratan con mimo a los mayores, profesores de infantil con paciencia y cariño hacia los más pequeños. Por eso cuesta creer que alguien que cuida de niños con discapacidad se permita el horror de hablarle así a uno de ellos: “que le aguante su tía”. Esa frase demuestra que quien la pronuncia “aguanta” habitualmente a esos niños, no les cuida, no les ayuda a entender el mundo, no les enseña. Les “aguanta”. La frase habla por sí sola y califica muy bien a quien la pronuncia.

La grabación de Eduardo hacía alusión a otro término que no suena demasiado bien. Una cuidadora le ordena agresivamente que se siente. Y le amenaza acto seguido “que te bloqueo”. Eduardo llora y ruega asustado: “No, voy a estar fenomenal”. En la Consejería de Educación explican que no existe ese protocolo, que no manejan ese término. Pero Eduardo reacciona de inmediato a la amenaza, es decir, sabe de qué le están hablando. Sabe qué es eso del “bloqueo” y también sabe que no le gusta.

Esta segunda familia había solicitado previamente el cambio de centro de su hijo y cuando saltó el escándalo esperaba que se le concediera otra plaza.

Y hubo otra familia que ante la gravedad del asunto tomó la misma decisión.

Pero ni estas familias, ni la de Eduardo fueron las primeras en quejarse de la situación de algunos niños.
En la asociación AFANYAS GTD de Getafe, a la que pertenecen muchos padres y madres de alumnos del mismo colegio, se recogió hace un año una queja llamativa. Una madre que llevó a su hijo fuera de horario presenció una escena preocupante. Vio como una cuidadora zarandeaba a un niño con TEA para que dejara de hacer movimientos rítmicos con una pierna. No era la única que lo presenció, había delante compañeros de la monitora.

La asociación trasladó el incidente al AMPA y este a la dirección. Pero no pasó nada. Se hicieron preguntas a los implicados y a los testigos, pero resultó que sólo la madre había visto el zarandeo. Los otros dos testigos aseguraron que en realidad la monitora estaba abrazando al niño.

Para Virginia Gil, presidenta de la asociación, y también madre de un niño escolarizado en el Santiago Ramón y Cajal, no fue suficiente. “Falta autocrítica” en la gestión del centro. “Se debería haber investigado un poco más –argumenta-, para saber qué pasó y evitar que pueda volver a ocurrir”.

Virginia muestra una gran preocupación por lo que pasa de puertas adentro en el colegio. “Ahora –reconoce-, gracias a la grabación de Montse hay una prueba. Los otros casos, aunque fueran ciertos, no hubieran podido demostrar nada. Es la palabra de una madre contra la del centro”.

Desde esta asociación se muestran críticos con la dirección del colegio y también con la Consejería. Consideran que ante la más mínima sospecha de acoso a un alumno y como medida cautelar se debería apartar a los monitores y profesores implicados: “nos indigna que sigan trabajando con niños los profesores de las grabaciones”. Aunque reconocen, eso sí, que no se pueden tomar medidas disciplinarias hasta que un juez determine cuál es el grado del problema y qué responsabilidades se derivan. 

Pero la convivencia entre los padres del centro está rota. La dirección cuenta con el apoyo de un buen número de padres de alumnos que dicen estar altamente satisfechos. “Ninguna queja. De verdad, ninguna queja” comenta una madre a la salida del colegio. Y no es la única.

Por su parte, la directora del centro, María Eugenia Veiga, se ha mostrado satisfecha al cien por cien del trabajo en el centro. En una entrevista para ABC, para la que posa sorprendentemente sonriente, insiste en que las grabaciones están manipuladas, que son un corta y pega, y que nunca se ha maltratado en el colegio a ningún niño. “Es más –reclamaba-  se han dicho auténticas mentiras y las familias que las están diciendo saben que no es verdad”.

Veiga también muestra su preocupación por la situación a la que se ha llegado por este caso. Los padres están divididos. Unos respaldan a los profesores “al menos a los que tratan a mi hijo” dicen con frecuencia. Y de otro lado quienes despavoridos por la grabación no dan crédito a la falta de reacción del centro y de la comunidad educativa.
Dice Veiga que “hemos tenido que llamar a la Policía por amenazas de muerte que nos han llegado. Continuamente, a través del correo electrónico y del teléfono del centro”.

La misma denuncia que hacían también miembros del AMPA a los que se ha acusado de tibieza en este asunto.
Nada justifica las amenazas. Nada.

Pero sin duda son un reflejo de un escenario muy delicado, en el que además las fronteras no son muy nítidas. No está claramente delimitado lo que es acoso y lo que no lo es, lo que es violencia y lo que no. La propia Veiga relataba en su entrevista: “En algún momento yo, a cualquiera de mis hijas o a mi esposo, les he podido decir que se quiten de delante porque les voy a dar una patada que les enciendo. ¿Eso es acoso? ¿A mis hijas que son mi vida?”.
Para la Secretaria General de AFANYAS TGD, Adela García, “es incomprensible esta frase. ¿Una patada que te enciendo? Estas declaraciones retratan perfectamente a la persona que las hace”.

La denuncia está en dos frentes: la Consejería de Educación que ha activado los protocolos para las denuncias de acoso y la justicia. En ambos casos se podrán escuchar las grabaciones de Eduardo y comprobar si hubo o no acoso al niño, si las educadoras le trataron correctamente y si esos comentarios están fuera de contexto. Pero la duda no desaparece. Tiene razón la directora del centro cuando se preocupa por la mala imagen que se está dando. ¿Cómo pueden otros padres dejar tranquilamente a sus hijos en este centro?

El niño que llevó la grabadora pasó 15 días hospitalizado en el Niño Jesús. Su tensión estaba disparada y se le ha dispensado medicación para el stress. Los niños con TEA sufren mucho para adaptarse a los cambios, pero Eduardo ha vuelto a cambiar de centro escolar.

Sea como sea le hemos ayudado muy poco. Las malas maneras no son las más adecuadas, los gritos, los golpes y las amenazas no le van a ayudar a entender este mundo que tan ajeno le resulta a él y a muchos de nosotros.   Ω

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