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MARZO 2017  /  COMENTARIOS

Nuestros héroes

07-03-2017 6:05 p.m.

Es un error y una lástima. Ley de mercado y de vida, sí. Pero una injusticia, también...
Por Alfonso Merlos

Es un error y una lástima. Ley de mercado y de vida, sí. Pero una injusticia, también. De un tiempo a esta parte se está propagando como la pólvora en los grandes centros comerciales un fenómeno inquietante que está dejando silenciosos pero inexorables daños colaterales. Se impulsan por los nuevos gestores de los malls subidas de alquiler a favor de las grandes franquicias, condenando al cierre o al traslado (tanto monta) a las pymes que son incapaces de asumir innegociables y altísimas tarifas.

Es el viejo principio darwiniano de pura y dura supervivencia, el ancestral engranaje de la naturaleza salvaje según el cual el pez grande se come al chico. Así, no es difícil ver en decenas de tiendas letreros del tipo “descuentos hasta el 60%. Liquidación por cierre”. La persiana se baja por falta de ingresos o, más concretamente, por la insuficiencia para asumir crecientes y acogotantes costes aun manteniendo un alegre volumen de ventas.

¿Qué mediano comerciante puede absorber en su ancha espalda, en pleno sprint para alejar el fantasma de la crisis, aumentos de un 30 o un 40% en sus pagos fijos cada final de mes? Ni siquiera un héroe. Y sin embargo, ellos lo son.
A nuestros pequeños empresarios nadie les ha puesto alfombra roja para crear un negocio, ni para mantenerlo y ampliarlo, ni para protegerlo. Nadie. Nunca lo han hecho los dirigentes políticos que, por aquí y por allá, siempre en campaña, han prometido hacerlo acabando con su asfixia y con su soledad ante la administración.

Han sido ellos quienes han sostenido dos o tres tiendas en los momentos en los que arreciaba la tempestad, o cinco, o seis. Han sido ellos quienes han garantizado la supervivencia cada día 30 de veinte empleos, o de veinticinco, o de cuarenta. Han sido ellos los que han luchado, con tesón y creatividad, para animar su propia facturación y hacerla prevalecer sobre la montaña de tasas e impuestos, de transferencias de toda índole que aplastaban sus ganas de crecer semana sí, semana también.

Han sido y son zapaterías, papelerías, firmas de moda que se han hecho un hueco frente a los titanes que siempre parten en la pole position en cualquier circunstancia de cambio o, en terminología de los fondos de inversión más potentes, en los instantes como el actual en el que se dan “estrategias de reposicionamiento”.

España está en plena remontada. En términos económicos hace ya mucho que abandonó el lodazal. En términos sociales hay, en cambio, muchas heridas por curar, muchas costuras por coser, mucho músculo por rehabilitar y huesos dislocados por recolocar.

A poner las cosas en su sitio están contribuyendo sobremanera el más de medio millar de parques comerciales y empresariales que hay en España, cien de ellos en Madrid, donde se abrieron seis en el último año y un par de ellos cortarán la cinta de forma inminente. Sería estúpido negar o aguar el potencial que tienen estos formidables hubs que están mes a mes aumentando su afluencia y disparando sus ventas: la tendencia no puede ser más positiva y está en consonancia y sintonía con la recuperación general del consumo.

Pero sería ingrato no reconocer el camino recorrido por nuestras pequeñas marcas, y dejar de abonar y regar su jardín y su espacio: porque proporcionan el valor de la proximidad y el trato personalizado, porque producen confianza, porque llenan de vida nuestras ciudades y las hacen más confortables, porque (por cierto) pagan impuestos que se quedan en España y no viajan hasta lejanos paraísos fiscales…

Los liberales creemos esencialmente en la libertad individual y la iniciativa privada, en la limitación de las intervenciones que el Estado hace sobre nuestras vidas, en la contención de los poderes públicos cuando amenazan con extender sus tentáculos y plantar sus zarpas sobre nuestra vida social, cultural… y sobre la económica.

Creemos, por tanto, en la no intromisión en las relaciones mercantiles entre ciudadanos, en la reducción de cargas fiscales a su mínima expresión; a más abundamiento, en la mínima regulación sobre la producción de bienes y en la competencia justa, sin restricciones ni manipulaciones.

Y aún así, tenemos nuestro corazón. Por eso no nos parecería disparatado que en cada una de nuestras ciudades se levantase (nunca es tarde) un monolito, siquiera simbólico, para reconocer la dedicación constante, el desgaste abnegado, el luminoso talento de nuestros pequeños y medianos empresarios. Tienen mi admiración y mi consideración máxima. Son nuestros héroes.   Ω

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