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ABRIL 2013  /  ENTREVISTAS

JOSÉ MERCÉ: "EN ESTE PAÍS NO SE HACE NI CASO A LA CULTURA DEL FLAMENCO"

11-10-2014 9:12 p.m.

Tan solo lleva tres años en Pozuelo y todo el mundo le quiere. “Me miran bien”, nos asegura José Soto (1955, Jerez de la Frontera), o José Mercé, uno de las grandes voces que hay en el flamenco está presentando un disco que él mismo describe como “una de las cosas más bonitas que he vivido”

Se vino a este pueblo por “culpa de mis nietos, para que estuvieran en un sitio más amplio y más cómodo. La verdad es que aquí estamos muy bien”, señala José, que antes de venirse a Pozuelo de Alarcón, ha vivido siempre en el madrileño barrio de Santa María de la Cabeza.

La verdad es que una de las cosas que le ves a este flamenco es su sonrisa. Y es significativo que nunca se le cae y todo lo que cuenta lo hace con ese gesto que más de uno debiera tener a pesar de la que estamos pasando.
Fuimos a hacer la entrevista en uno de los sitios fijos que frecuenta casi a diario, o “su segunda casa”, como le gusta definir a José el bar Mi hermano y yo.

Sordos, mudos y ciegos

Tras un café, nos cuenta que ve el mundo del flamenco como algo que está degenerando a causa de los políticos: “La subida del impuesto al mundo de la cultura al 21 por ciento es una aberración. Quieren acabar con ella, quieren matarla”, nos dice.

Mercé es una de esas personas que no se calla, que siempre está alerta y que mira y escucha todo lo que tiene delante. Lo ha hecho siempre y no se va a callar ahora.

Sobre todo en estos momentos, que está de gira por España y por varios países europeos, como Francia y Holanda, promocionando su último disco, Mi única llave. Un disco perfecto, muy flamenco –tal y como señalan todos los críticos– y en el que cuenta con la participación de grandes músicos. “Para mí ha sido un placer poder cantar y contar con gente de la talla de Tomatito, Diego del Morao, Pepe Habichuela o Manuel Parrilla en este trabajo”.

Más que un placer, “un privilegio”, asegura José Mercé, que no deja de saludar a todas las personas que van entrando en el bar. Algunos de ellos quieren fotografiarse con él, a lo que accede encantado. Acompaña el día, y eso que antes de que comenzara la entrevista habíamos sido testigos de una pitada, por parte de unos sindicalistas, a causa de una negociación colectiva. El ruido era ensordecedor y eso, al lado de alguien como José Mercé, es incomprensible. Seguro que no se dieron cuenta porque, de lo contrario, incluso le hubiesen pedido que se arrancase por seguirillas.

Volviendo a Mi única llave, “hay que decir que es muy completo”, señala el flamenco, que continúa explicando cómo se hizo. Fue Javier Limón (uno de los grandes productores musicales que hay en el panorama español) el que llevaba tiempo queriendo hacer algo con José, y “llegó el momento”, asegura Mercé, que recuerda que “eso de ir a Boston  y estar allí tanto tiempo, a mí ni se me pasaba por la cabeza”.

Pero la verdad es que oyéndolo hablar de la Universidad de Berklee –situada en Boston, es una de las más prestigiosas en el mundo de la música. Institución que, por cierto, acaba de abrir un colegio en Valencia–, seguro que volvería una y mil veces más. “Agradezco a Javier que me haya llevado allí. Es un sitio para no dejar de recomendar. Los colegios que hay son una maravilla”, nos comenta y continúa diciendo que “después de tantos años en esto de la música, sólo puedo decir que es una de las experiencias más bonitas que he vivido”. Alumnos de esta acreditada escuela acaban de ganar siete premios grammys. Son muchos los jóvenes que van allí a estudiar.

Un disco “muy a gusto”

Pues hasta allí se fue para grabar y el día a día fue de lo más curioso. Con el pianista de jazz Alain Mallet iba a cantar La Salvaora. “La mezcla salió fantástica. Lo único que hice fue tarareársela dos o tres veces, y él la cogió enseguida. Luego grabé con un violinista jordano de tan solo 19 años al que todo lo que hacía le salía del alma”, nos explica.

Otro día llegó al estudio y oyó a un grupo de voces espectacular. Le preguntó a Javier quiénes eran los que cantaban como “los ángeles en uno de los estudios, y me dijo que me metiera allí para averiguarlo y viera si se me ocurría algo para hacer. Pues me puse en medio de ese coro y les canté un martinete. Solo se lo tuve que repetir cuatro veces. Inmediatamente lo interpretaron divinamente”.

José está muy agradecido, no solo por la gente que le ha acompañado en su aventura al otro lado del Atlántico, sino por la forma de trabajar que le ha dejado Javier. Ha hecho lo que quería en cada momento, lo que sentía. “No todo el mundo puede contar con gente así en un disco”, señala Mercé, quien concluye que “cada uno de los estudios donde trabajamos eran espectaculares y por eso creo que suena el disco tan caliente. Es como un directo”.

José está ahora de promoción. “Lo que estamos haciendo es moverlo por toda España, que es lo que hay que hacer. De momento. Tal y como están los tiempos, yo no me puedo quejar”. Para saber cuáles son las fechas y lugares donde actuará, basta mirar en su página web, que dirigen sus hijas. Ironía.

Un mundo “muy ecológico”

Antes de contarnos todo lo que le ocurrió en Boston, sucedió una anécdota de lo más curiosa y que ratifica que este hombre es de los tradicionales, de los de ver a la gente cara a cara. Junto a su taza de café, dos cosas que llaman la atención: un paquete de tabaco rubio y un móvil que en esta época de smartphones, cualquiera podría calificar del pleistoceno. Del  primero dio buena cuenta a lo largo de la charla que mantuvimos y demuestra que tiene una de las mejores voces que hay en el mundo del flamenco. Está claro que no se la va a romper el tabaco.

Sobre el móvil… resulta que sonó el típico tono de un sms y José se dispuso a verlo. “Agustín… ya lo tengo…”, leía. “¡Coño!, me mandan una cosa y resulta que no es ni para mí”, se reía Mercé, a quien eso de las nuevas tecnologías no le van. “Las veo necesarias para según qué trabajos, pero destruye las relaciones entre las personas. No la comunicación, que es necesaria, sino todos los demás adelantos que hay en el mundo y que marean”…, asegura.

Las cosas ya no son lo que eran

Hace 30 años se iban todos los compañeros del flamenco a cenar, cantar y bailar. Ese mundo en el que Camarón, Tomatito y demás esperaban para recoger la paga y poderla gastar con los amigos. Eso se ha terminado. Ahora eso no existe. “Ahora todo es pose, márketing. Hace mucho que no oigo una voz que diga: esa es”.

También nos comunicamos de forma distinta”. Las relaciones entre las personas se han terminado. Las nuevas tecnologías han deshumanizado las relaciones”. José continúa asegurando que “esto es muy frío. Lo normal es que dos personas se vean y hablen de lo que sea y no que lo hagan por medio de Internet. Hay que verse las caras”, sentencia.

Para José, en la música ocurre de la misma manera: “Cada vez que me mandan un tema por medio de internet, le digo que no. Vente aquí al estudio y lo hacemos. ¿No es mejor un directo que un tema de estudio? Pues lo mismo pasa con esto”, señala Mercé y continúa diciendo que “ni me interesa ni quiero que me interese. Ahora sales de casa y si se te olvida el móvil, parece que has perdido la vida. Eso es demencial”.

Abrir las puertas del Teatro Real

Poco amigo de los elogios, a estas alturas ya no está pendiente de las críticas. Eso le da igual. Pero también es de los de al César, lo del César. Con ello solo quiere decir que él fue quien abrió las puertas del Teatro Real (cuando se reinauguró) al flamenco. “Nadie lo dice, es algo que…” se queja sin decirlo. “Ahora hago lo que me gusta, disfruto con la música. El problema que hay es que la cultura del flamenco está muy mal. En este país no se hace ni caso a la cultura del flamenco”.

José anuncia que hay que hacer algo para remediar eso y por tal motivo se va a meter en hacer una antología del flamenco, que no existe. En realidad, no es que no exista, hay una, pero muy antigua, nos cuenta. La que él va a hacer tendrá entre 40 y 50 palos. Es algo que nadie ha hecho y que cree necesario para que las nuevas generaciones que vengan sepan de qué va esto del flamenco. No la quiere hacer didáctica, ya que está hecha. Un trabajo que le va a costar algo más de dos años y que hará por ese propio convencimiento de que es necesario.