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ABRIL 2013  /  ENTREVISTAS

CARLOS LÓPEZ: “NECESITAMOS AYUDA PARA RECUPERAR LOS OFICIOS”

23-12-2017 7:21 p.m.

Pocos como él quedan en Pozuelo de Alarcón, un municipio que, como todos saben, se ha convertido en una gran ciudad que crece a pasos agigantados. Carlos López Riaza (Pozuelo de Alarcón, 1962) es uno de los pocos carpinteros artesanos que sobeviven en toda la provincia. Se comprueba en su trabajo y en que “vienen a que le hagamos cosas los hijos de los clientes de mi padre. Eso es un orgullo”, asegura Carlos.

Carlos viene de una familia con muchas generaciones en el municipio. Le conocen desde niño “Todos eran artesanos: los Pierri, los Riaza. Eran tapiceros, carpinteros, cerrajeros, artesanos del hierro…”, nos señala Carlos con cierta nostalgia de tiempos mejores. Entró como aprendiz en la carpintería de su padre y aprendió todo lo que sabe. Pasó a ser oficial y muy pronto, por circunstancias familiares, fue un maestro muy joven. Pero lo que está claro es que siguio los distintos estadios necesarios para ser maestro en un oficio. 

Carlos echa de menos esos tiempos y, a su manera, los reivindica: “Me gustaría que llegara alguien y que ayudara a los que queremos recuperar esas tradiciones. Ahora nos diferenciamos con el resto de las grandes empresas en que los que ofrecemos es calidad y servicio. Eso es lo que quiere la gente, más calidad que cantidad. Además, siempre estamos a disposición del cliente. Eso es algo que viene de tradición”, asegura este pozuelero.

Otros tiempos
Nos cuenta una anécdota que rápidamente se convierte en el juego de marcar las diferencias. En esta ocasión, con otros tiempos. Comienza su relato: “Resulta que mi padre, siendo yo un niño, me encargó que fuera a cobrar una letra de cambio a un cliente de la carpintería, a quien le habíamos hecho una estantería”. Su padre le indicó que se acercara a casa de ese señor y que le pidiera las 180.000 pesetas de la letra. “Cuando llegué a su casa, me dijo que no tenía el dinero y que tenía que irse a trabajar, pero que no me preocupara. Me dio una servilleta en la que ponía que me dieran el dinero. Con ese documento en la mano, me fui a canjearlo a un banco. En menos de media hora estaba en la carpintería con el dinero en billetes de 100 pesetas”, concluye Carlos, quien se pregunta, de forma irónica, si es posible que eso vuelva a ocurrir en algún momento. Ahora hay que hacer el juego: a ver cuántas diferencias encuentra.

Sabe que no
Él fue el primero en irse del taller familiar para meterse en una nave e intentar crecer, aunque pronto se dio cuenta de que no. “Es solo humo”, asegura Carlos, que ha vuelto al lugar donde su padre le ponía a trabajar y a labrarse un futuro con una sierra de costilla o con cualquiera de las herramientas que nos muestra orgulloso. Luego, tras un pequeño instante, cambia su tono y se pone más serio. Nos matiza que ahora “esto no le interesa a los chavales. Hay que recuperar los oficios y ellos tienen que aprender algo para salir adelante”, asegura. Tiene claro que hay que hacerlo de la mano de las tecnologías, que no se les puede dar la espalda, aunque también que cambiaría mucho la cosa si se reactivaran las ayudas para que los que trabajamos en este tipo de oficios. “Podríamos contratar a aprendices, a quien les estaríamos enseñando un oficio. Así, no se perderían las buenas tradiciones y, además, se reactivaría, de forma muy modesta, la economía local. El problema –continúa- es cuando luchas contra la burocracia. Es como darte contra un muro”.

Mirada optimista al futuro
El padre de Carlos enseñó a mucha gente de Pozuelo,  profesionales que luego han dado clases a muchas personas y que han creado oficio. Instruyó a muchos jóvenes con escoplos, compases, berbiquíes o junterillas, que son unas herramientas con las que se hacían molduras. Y nos muestra  esas herramientas con las que se restauró el Palacio de Gaviria. Una romana que tiene más de 100 años. Enseñaba a emperniar, que era poner pernios de las bisagras de las puertas con esos otros utensilios. “Algo que ahora es muy difícil enseñar, ya que ahora los chavales que vienen de hacer un master de carpintería, no saben lo que es una sierra de costilla. Está muy bien esa forma de aprender, pero lo que está claro es que ese joven sabe programar, pero no de carpintería”, asegura Carlos.

Este artesano que se define a sí mismo como un bohemio al que le gusta crear más que nada, ve muy posible un crecimiento en esto, aunque sabe que hay que poner por todos los lados. Nos lo cuenta mientras nos enseña un poco de historia de Pozuelo. “Esto era una cuadra y mi padre la convirtió en lo que es hoy: un taller artesano. En esa esquina, lo que había era la tasca de la Agustina, que luego fue el bar La Cuesta, de mi tía, donde venía mucha gente de paso. En aquella época, solo había tres bares: el de la Poza, el de la plaza del pueblo y este”, asegura y continúa señalando una zona que era un pozo. “Allí, esa pared, tras la guerra, casi no existía, ya que un obús la destruyó casi por completo”. Paso a paso, así es como Carlos nos cuenta la evolución del taller desde hace más de siete décadas.

“De esto hemos vivido seis o siete familias”, por eso cree Carlos que se puede salir adelante. “Con las grandes superficies y con empresas como Ikea, la gente se hace todo, con lo que la gente deja de ser fiel a lo tradicional…”, se lamenta. No obstante sabe que hay solución para esto: “Ilusionar a la juventud. Me encantaría que alguien pusiera a disposición de los que estemos con ganas de hacerlo los medios necesarios para sacar adelante estos proyectos”, concluye.

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